Por Daniel Díaz
Ramírez
“…el
hombre moderno es un animal
en
cuya política está puesta en
entredicho
su vida de ser viviente”.
Michel
Foucault en
Historia
de la Sexualidad
(La voluntad de saber).
I
A 30 años de la
muerte de Michel Foucault las ideas acerca de biopoder y de biopolítica han
dado lugar a una serie de interpretaciones que muchas veces caen en el
equívoco, sin embargo, para evitar esos errores creo conveniente recurrir a lo
expuesto en sus cursos del Colegio de Francia, particularmente a la clase del
17 de marzo de 1976 recopilada bajo el título de Defender la sociedad, así como a lo expuesto en el curso de
1978-1979 recopilado bajo el título de Nacimiento
de la biopolítica, sobre todo la clase del 10 de enero de 1979, pero
incluso un poco más atrás en el primer volumen de la Historia de la sexualidad (la voluntad de saber) en su último
apartado titulado derecho de muerte y poder sobre la vida.
En estos tres
textos podemos encontrar un planteamiento general del término biopoder
entendido básicamente en dos sentidos, en el primero, hace referencia a las
formas de ejercicio de poder que tienen por objeto la vida biológica del
hombre, en el segundo, incluye tanto el poder ejercido sobre los cuerpos de los
individuos como el poder ejercido sobre la población, es decir, como
biopolítica. Desde esta noción se puede deducir ipso facto que la noción de biopolítica aparece como una de las
formas posibles del biopoder, pero también, en un sentido un tanto restringido
como sinónimo de biopolítica.
En la Historia de la sexualidad Foucault
aborda la cuestión del biopoder tras la descripción que realiza sobre la
formación del dispositivo de la sexualidad y acaba en la cuestión del racismo
moderno, un racismo biológico y de Estado. Aquí, nos muestra cómo la formación
del biopoder puede ser abordada a partir de las teorías del derecho y de la
teoría política, es decir, desde la perspectiva de los juristas que plantean la
cuestión del derecho de vida y de muerte, la relación entre la preservación de
la vida, así como el contrato que supuestamente da origen a la sociedad y a la
soberanía. Mientras que en Defender la
sociedad el biopoder aparece como un concepto que da lugar a la guerra de
razas, es decir, como un poder sobre la vida y como poder sobre la muerte.
Los estudios de
Foucault, como se sabe, parten del hecho de reconocer que los mecanismos de
poder han sufrido una profunda transformación, por eso, señala que junto al
antiguo derecho del soberano de hacer
morir o dejar vivir surge un poder de hacer vivir o dejar morir. En este
sentido, vale hacer notar que en el pensamiento de Foucault no hay lo que se
podría denominar una teoría general, pero lo que sí hay son estudios
genealógicos que ofrecen claridad, algunas veces también confusión, sobre la
noción de biopoder y de biopolítica, siempre y cuando el punto de partida
consista en asimilar que estos conceptos fueron introducidos a partir del
concepto de soberanía[1];
por lo tanto, esto es lo que interesa resaltar.
II
Pero, ¿qué
implicaciones teóricas tiene este análisis de Foucault inaugurado en el Colegio
de Francia, se trata de una paradoja en la que la política de la vida amenaza
con traducirse en una acción de muerte, o es más bien un replanteamiento de las
nociones de biopoder y biopolítica que modifican todo el espectro de la
filosofía política? Una respuesta preliminar a esta serie de interrogantes es
la que nos ofrece en Roberto Esposito cuando asegura que, en definitiva: vistos
como desde cualquier ángulo, derecho y política aparecen cada vez más
directamente comprometidos por algo que excede a su lenguaje habitual,
arrastrándolos a una dimensión exterior a sus aparatos conceptuales. Ese
<<algo>> -ese elemento y esa sustancia, ese sustrato y esa
turbulencia- es justamente el objeto de la biopolítica (Esposito, 2011, p. 24).
En este mismo
sentido, sería difícil negar que existe en la obra de Foucault una “bifurcación
léxica” entre los términos biopolítica y biopoder, por el primero se entiende
una política en nombre de la vida y, por el segundo, una vida sometida al mando
de la política. Sin embargo, es en la
voluntad de saber donde inicia con este estudio genealógico a partir de ese
“ser jurídico” que denominó soberano al apuntar que éste no ejerce su derecho
sobre la vida sino poniendo en acción su derecho de matar, o reteniéndolo; no
implica su poder sobre la vida sino en virtud de la muerte que puede exigir
(Foucault, 2002, p. 43).
La forma jurídica
–derecho de vida y muerte- del
soberano, tal y como no lo plantea Foucault, muestra que la manera en que
ejercía su poder –derecho de hacer morir
o dejar vivir- se basó en la expropiación de las riquezas, bienes,
servicios, y mediante la captación de cosas, del tiempo, los cuerpos, para
terminar apoderándose de la vida de sus súbditos.
A partir de
entonces el derecho de muerte tendió a desplazarse o al menos a apoyarse en las
exigencias de un poder que administra la vida, y a conformarse a lo que
reclaman dichas exigencias. Esa muerte, que se fundaba en el derecho del
soberano a defenderse o a exigir ser defendido, apareció como el “simple envés”
del derecho que posee el cuerpo social de asegurar su vida, mantenerla y
desarrollarla.
Foucault
establece esta oposición bien marcada al señalar que en el régimen del
soberano, la vida no es sino una especia de polvo, de ceniza, pero lo que queda
es salvado del derecho de dar muerte; en el régimen de la biopolítica la vida
es instalada en el centro de una plaza pública y donde la muerte aparece apenas,
en la periferia.
En cambio, en Defender la sociedad plantea la paradoja
“de un derecho de la espada” (Foucault, 2002, p. 218) como requisito
metodológico para entender cómo dejar atrás los planteamientos de la teoría de
la soberanía no sin antes realizar algunas anotaciones; primero, decir que si
el soberano tiene derecho de vida significa que puede hacer morir y dejar
vivir. Sucesivamente, sostiene que el derecho de matar posee efectivamente en
sí mismo la esencia de ese derecho de vida y de muerte. Es decir, se trata “de
un derecho de la espada”.
Aclarado el
sentido de la paradoja Foucault distingue ahí una convincente asimetría. Si el
soberano ejercía su poder con el hacha del verdugo, con la amenaza perpetua de
la muerte, entonces se abandonaba la vida a sus dispositivos. El poder se
exhibía sólo en el cadalso o la guillotina, era ritualista, ceremonial,
teatral, y en esa medida parcial y molecular. También era un poder que por su
propia lógica jurídica tenía que someterse a la presión de derechos y
reclamaciones. En el mismo ejercicio de su poderío, el poder del soberano
revelaba su limitación.
“Más acá, por lo
tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío que era el poder de la
soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología
del biopoder, la tecnología del poder sobre la población como tal, sobre el
hombre como ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el
poder de hacer vivir. La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que
ahora aparece un poder que yo llamaría de regulación y que consiste, al
contrario, en hacer vivir y dejar morir” (Foucault, 2002, 223).
Sin embargo, las
cosas en la actualidad ya han cambiado, nos dice Foucault, la forma jurídica de
la soberanía que sostenía como principio el poder matar para poder vivir se
convirtió en una estrategia pero de sobrevivencia para los Estados, esto es,
que se pasó del derecho que se ejerce sobre los individuos hacia el ejercicio
en contra o a favor de la población.
Pero este paso,
sin embargo, no se dio de un día para otro, Foucault explica cómo ese poder
sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos principales formas
enlazadas entre sí, la primera se da mediante la configuración del cuerpo
humano como máquina, es decir, la educación, las aptitudes, su fuerza,
adaptación, etc., quedó asegurado como un procedimiento disciplinario –que
llama anatomopolítica-; la segunda tienen que ver con la duración de la vida,
la mortalidad, la salud, es decir, en una serie de controles reguladores –o, lo
que es lo mismo, una biopolítica de la población-. Se pasa pues así de la
soberanía a la era de un biopoder.
Ese bio-poder
fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo;
éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos
en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población
a los proceso económicos […] si el desarrollo de los grandes aparatos de
Estado, como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las
relaciones de producción, los rudimentos de anatomo y biopolítica, inventados
en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del
cuerpo social utilizadas por instituciones muy diversas, actuaron en el terreno
de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en
ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación, y
jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros,
garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía (Foucault, 2007,
p. 171).
Pero este
desarrollo del biopoder tiene, como señala Foucault en La voluntad de saber, consecuencias ineludibles, una de ellas es la
doble posición que cobra la vida tanto en el exterior como en el interior de la
historia –en el primer caso como su entorno biológico y en el segundo penetrada
por las técnicas de saber y de poder-. Y, sin embargo, la consecuencia más
importante, me parece, es el nuevo funcionamiento que tiene la ley en la
sociedad contemporánea, pues deja de jugar a la muerte en el campo de la
soberanía para pasar más bien a funcionar como una norma.
En este sentido
sostiene que, una sociedad normalizadora fue el efecto histórico de una
tecnología de poder centrada en la vida. En relación con las sociedades que
hemos conocido hasta el siglo XVIII, hemos entrado en una fase de regresión de
lo jurídico; las constituciones escritas en el mundo entero a partir de la
Revolución francesa, los códigos redactados y modificados, toda una actividad
legislativa y permanente no deben engañarnos: son las formas que tornan
aceptable un poder esencialmente normalizador (Foucault, 2007, 175).
Asimismo, describe
las grandes luchas por el poder centran su mirada en la vida concebida como
objeto político y no en el retorno de los antiguos derechos, de los desprotegidos
por ejemplo, pues lo que ahora reivindica y sirve como objetivo es precisamente
la vida. La vida, pues, mucho más que el derecho se volvió entonces la apuesta
de las luchas políticas, incluso si éstas se formularon a través de
afirmaciones de derecho (Foucault, 2007, 176).
Pero, cuestiona
agudamente Esposito, si la vida es más fuerte que el poder que, aun así, la
asedia; si la resistencia de la vida no se deja someter por las presiones del
poder, ¿por qué el resultado al cual lleva la modernidad es la producción
masiva de la muerte? ¿Cómo se explica que en el punto culminante de la política
de la vida se haya generado una potencia mortífera tendiente a contradecir su
empuje productivo? (Esposito, 2011, p. 64).
III
Este breve
camino recorrido implicó necesariamente que para llegar a la noción de biopoder
y de biopolítica se debe abandonar el modelo jurídico de la soberanía como
sucede también en lo referente a las relaciones de poder. El tipo de poder que
el biopoder permite, o más bien, cómo la biopolítica produce ciertos efectos de
poder al pensar lo viviente en una forma novedosa pasa por un complejo discrepancia:
mientras que el poder del soberano era el poder de hacer morir y dejar vivir,
el poder del Estado totalitario, que es el estado del biopoder, es el poder de
hacer vivir y dejar morir.
Pero todo
sucedió como si el poder, que tenía la soberanía como modalidad y esquema
organizativo, se hubiera demostrado inoperante para regir el cuerpo económico y
político de una sociedad en vía de explosión demográfica e industrialización a
la vez. De manera que muchas cosas escapaban a la vieja mecánica del poder de
soberanía, tanto por arriba como por abajo, en el nivel del detalle y en el
nivel de la masa (Foucault, 2002, p. 226).
Este breve
recorrido nos condujo a pensar lo impensable, pues ahora se sabe que las
guerras y los genocidios registrados en los últimos dos siglos han sido las más
sangrientas de la historia de la humanidad, y se han dado en pleno auge de la
biopolítica. Hoy como nunca estas nociones requieren en una reelaboración, una
revisión de los alcances planteados por Foucault en las tres obras a las que
hicimos referencia, sobre todo si se piensa esta misma noche en los cientos de
muertos que deja una guerra atroz entre Israel y Palestina, que cada vez tiene
más tintes de genocidio.
Desde la
perspectiva de Michel Foucault la biopolítica es el resultado del desarrollo y
el mantenimiento del invernadero del cuerpo político, del cuerpo-política. La
sociedad se ha convertido en el vivero de la “racionalidad política”, y la
biopolítica actúa en la pululante biomasa contenida en los parámetros de esa
estructura acumulada por las instituciones.
Y, sin embargo,
para reclamar la muerte, para poder infligir la muerte en sus sujetos, en sus
seres vivos, el biopoder debe hacer uso del racismo; más precisamente, el
racismo interviene aquí para otorgar al estado de biopoder acceso a la muerte.
El surgimiento del biopoder como forma de una nueva forma de racionalidad
política soporta, en consecuencia, la inscripción dentro de la misma lógica del
Estado moderno, la lógica del racismo.
Vale hacer notar
en este sentido que el nacimiento de ese racismo de Estado es uno de los
fenómenos fundamentales del siglo XIX donde <<la vida>> se vuelve
una consideración por parte del poder. Para entender esta idea se tiene que
recurrir, como sugiere el propio Foucault, a la teoría clásica de la soberanía
porque es desde esta perspectiva que predominó en Occidente tanto el derecho de
vida como el derecho de muerte como uno de sus “atributos” fundamentales.
Finalmente, es
pertinente señalar que no hay propiamente estudios de Foucault donde se aborde
el tema del derecho específicamente, pero lo que si tenemos en el análisis de
las relaciones de poder una denuncia en contra del modelo jurídico –y también
del económico- planteado desde la teoría clásica de la soberanía. La categoría
de la vida es empleada por Foucault para hacer explotar desde dentro el
discurso moderno de la soberanía y de sus derechos porque –como diría Esposito-
o la biopolítica produce subjetividad o produce muerte.
***
Bibliografía
-
ESPOSITO, Roberto, Bíos. Biopolítica y filosofía (“El enigma de la biopolítica”), Amorrurtu,
Buenos Aires, 2011.
-
FOUCAULT, Michel, Historia de la sexualidad, tomo I La voluntad de saber, siglo XXI,
México, 2007.
-
…………….., Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2002.
*Daniel
Díaz Ramírez, estudiante de tercer semestre de la Maestría en Humanidades,
División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Contacto: danzollito@gmail.com
[1] La teoría de la
soberanía se viene manifestando desde su surgimiento en tres principales
variables; primero, como mecanismo de poder efectivo, segundo, como instrumento
y justificación en la construcción de las grandes monarquías administrativas; y
tercero, la teoría de la soberanía ha sido utilizada también en sentido
negativo y positivo, es decir, ya fuera para limitar o, al contrario, para
fortalecer el poder real, ver Michel Foucault, Defender la sociedad, 2002, p. 43.
No hay comentarios:
Publicar un comentario