miércoles, 12 de noviembre de 2014

Vida, política y derecho


Por Daniel Díaz Ramírez   


“…el hombre moderno es un animal
en cuya política está puesta en
entredicho su vida de ser viviente”.
Michel Foucault en
 Historia de la Sexualidad
(La voluntad de saber).   


I
A 30 años de la muerte de Michel Foucault las ideas acerca de biopoder y de biopolítica han dado lugar a una serie de interpretaciones que muchas veces caen en el equívoco, sin embargo, para evitar esos errores creo conveniente recurrir a lo expuesto en sus cursos del Colegio de Francia, particularmente a la clase del 17 de marzo de 1976 recopilada bajo el título de Defender la sociedad, así como a lo expuesto en el curso de 1978-1979 recopilado bajo el título de Nacimiento de la biopolítica, sobre todo la clase del 10 de enero de 1979, pero incluso un poco más atrás en el primer volumen de la Historia de la sexualidad (la voluntad de saber) en su último apartado titulado derecho de muerte y poder sobre la vida.

En estos tres textos podemos encontrar un planteamiento general del término biopoder entendido básicamente en dos sentidos, en el primero, hace referencia a las formas de ejercicio de poder que tienen por objeto la vida biológica del hombre, en el segundo, incluye tanto el poder ejercido sobre los cuerpos de los individuos como el poder ejercido sobre la población, es decir, como biopolítica. Desde esta noción se puede deducir ipso facto que la noción de biopolítica aparece como una de las formas posibles del biopoder, pero también, en un sentido un tanto restringido como sinónimo de biopolítica.

En la Historia de la sexualidad Foucault aborda la cuestión del biopoder tras la descripción que realiza sobre la formación del dispositivo de la sexualidad y acaba en la cuestión del racismo moderno, un racismo biológico y de Estado. Aquí, nos muestra cómo la formación del biopoder puede ser abordada a partir de las teorías del derecho y de la teoría política, es decir, desde la perspectiva de los juristas que plantean la cuestión del derecho de vida y de muerte, la relación entre la preservación de la vida, así como el contrato que supuestamente da origen a la sociedad y a la soberanía. Mientras que en Defender la sociedad el biopoder aparece como un concepto que da lugar a la guerra de razas, es decir, como un poder sobre la vida y como poder sobre la muerte.  

Los estudios de Foucault, como se sabe, parten del hecho de reconocer que los mecanismos de poder han sufrido una profunda transformación, por eso, señala que junto al antiguo derecho del soberano de hacer morir o dejar vivir surge un poder de hacer vivir o dejar morir. En este sentido, vale hacer notar que en el pensamiento de Foucault no hay lo que se podría denominar una teoría general, pero lo que sí hay son estudios genealógicos que ofrecen claridad, algunas veces también confusión, sobre la noción de biopoder y de biopolítica, siempre y cuando el punto de partida consista en asimilar que estos conceptos fueron introducidos a partir del concepto de soberanía[1]; por lo tanto, esto es lo que interesa resaltar.  


II
Pero, ¿qué implicaciones teóricas tiene este análisis de Foucault inaugurado en el Colegio de Francia, se trata de una paradoja en la que la política de la vida amenaza con traducirse en una acción de muerte, o es más bien un replanteamiento de las nociones de biopoder y biopolítica que modifican todo el espectro de la filosofía política? Una respuesta preliminar a esta serie de interrogantes es la que nos ofrece en Roberto Esposito cuando asegura que, en definitiva: vistos como desde cualquier ángulo, derecho y política aparecen cada vez más directamente comprometidos por algo que excede a su lenguaje habitual, arrastrándolos a una dimensión exterior a sus aparatos conceptuales. Ese <<algo>> -ese elemento y esa sustancia, ese sustrato y esa turbulencia- es justamente el objeto de la biopolítica (Esposito, 2011, p. 24).    

En este mismo sentido, sería difícil negar que existe en la obra de Foucault una “bifurcación léxica” entre los términos biopolítica y biopoder, por el primero se entiende una política en nombre de la vida y, por el segundo, una vida sometida al mando de la política. Sin embargo, es en la voluntad de saber donde inicia con este estudio genealógico a partir de ese “ser jurídico” que denominó soberano al apuntar que éste no ejerce su derecho sobre la vida sino poniendo en acción su derecho de matar, o reteniéndolo; no implica su poder sobre la vida sino en virtud de la muerte que puede exigir (Foucault, 2002, p. 43).

La forma jurídica –derecho de vida y muerte- del soberano, tal y como no lo plantea Foucault, muestra que la manera en que ejercía su poder –derecho de hacer morir o dejar vivir- se basó en la expropiación de las riquezas, bienes, servicios, y mediante la captación de cosas, del tiempo, los cuerpos, para terminar apoderándose de la vida de sus súbditos.   

A partir de entonces el derecho de muerte tendió a desplazarse o al menos a apoyarse en las exigencias de un poder que administra la vida, y a conformarse a lo que reclaman dichas exigencias. Esa muerte, que se fundaba en el derecho del soberano a defenderse o a exigir ser defendido, apareció como el “simple envés” del derecho que posee el cuerpo social de asegurar su vida, mantenerla y desarrollarla.

Foucault establece esta oposición bien marcada al señalar que en el régimen del soberano, la vida no es sino una especia de polvo, de ceniza, pero lo que queda es salvado del derecho de dar muerte; en el régimen de la biopolítica la vida es instalada en el centro de una plaza pública y donde la muerte aparece apenas, en la periferia.  
  
En cambio, en Defender la sociedad plantea la paradoja “de un derecho de la espada” (Foucault, 2002, p. 218) como requisito metodológico para entender cómo dejar atrás los planteamientos de la teoría de la soberanía no sin antes realizar algunas anotaciones; primero, decir que si el soberano tiene derecho de vida significa que puede hacer morir y dejar vivir. Sucesivamente, sostiene que el derecho de matar posee efectivamente en sí mismo la esencia de ese derecho de vida y de muerte. Es decir, se trata “de un derecho de la espada”. 

Aclarado el sentido de la paradoja Foucault distingue ahí una convincente asimetría. Si el soberano ejercía su poder con el hacha del verdugo, con la amenaza perpetua de la muerte, entonces se abandonaba la vida a sus dispositivos. El poder se exhibía sólo en el cadalso o la guillotina, era ritualista, ceremonial, teatral, y en esa medida parcial y molecular. También era un poder que por su propia lógica jurídica tenía que someterse a la presión de derechos y reclamaciones. En el mismo ejercicio de su poderío, el poder del soberano revelaba su limitación.

“Más acá, por lo tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío que era el poder de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología del biopoder, la tecnología del poder sobre la población como tal, sobre el hombre como ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el poder de hacer vivir. La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo llamaría de regulación y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir” (Foucault, 2002, 223).  

Sin embargo, las cosas en la actualidad ya han cambiado, nos dice Foucault, la forma jurídica de la soberanía que sostenía como principio el poder matar para poder vivir se convirtió en una estrategia pero de sobrevivencia para los Estados, esto es, que se pasó del derecho que se ejerce sobre los individuos hacia el ejercicio en contra o a favor de la población. 

Pero este paso, sin embargo, no se dio de un día para otro, Foucault explica cómo ese poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos principales formas enlazadas entre sí, la primera se da mediante la configuración del cuerpo humano como máquina, es decir, la educación, las aptitudes, su fuerza, adaptación, etc., quedó asegurado como un procedimiento disciplinario –que llama anatomopolítica-; la segunda tienen que ver con la duración de la vida, la mortalidad, la salud, es decir, en una serie de controles reguladores –o, lo que es lo mismo, una biopolítica de la población-. Se pasa pues así de la soberanía a la era de un biopoder.

Ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los proceso económicos […] si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado, como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de anatomo y biopolítica, inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social utilizadas por instituciones muy diversas, actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación, y jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía (Foucault, 2007, p. 171).     

Pero este desarrollo del biopoder tiene, como señala Foucault en La voluntad de saber, consecuencias ineludibles, una de ellas es la doble posición que cobra la vida tanto en el exterior como en el interior de la historia –en el primer caso como su entorno biológico y en el segundo penetrada por las técnicas de saber y de poder-. Y, sin embargo, la consecuencia más importante, me parece, es el nuevo funcionamiento que tiene la ley en la sociedad contemporánea, pues deja de jugar a la muerte en el campo de la soberanía para pasar más bien a funcionar como una norma.

En este sentido sostiene que, una sociedad normalizadora fue el efecto histórico de una tecnología de poder centrada en la vida. En relación con las sociedades que hemos conocido hasta el siglo XVIII, hemos entrado en una fase de regresión de lo jurídico; las constituciones escritas en el mundo entero a partir de la Revolución francesa, los códigos redactados y modificados, toda una actividad legislativa y permanente no deben engañarnos: son las formas que tornan aceptable un poder esencialmente normalizador (Foucault, 2007, 175).

Asimismo, describe las grandes luchas por el poder centran su mirada en la vida concebida como objeto político y no en el retorno de los antiguos derechos, de los desprotegidos por ejemplo, pues lo que ahora reivindica y sirve como objetivo es precisamente la vida. La vida, pues, mucho más que el derecho se volvió entonces la apuesta de las luchas políticas, incluso si éstas se formularon a través de afirmaciones de derecho (Foucault, 2007, 176).  

Pero, cuestiona agudamente Esposito, si la vida es más fuerte que el poder que, aun así, la asedia; si la resistencia de la vida no se deja someter por las presiones del poder, ¿por qué el resultado al cual lleva la modernidad es la producción masiva de la muerte? ¿Cómo se explica que en el punto culminante de la política de la vida se haya generado una potencia mortífera tendiente a contradecir su empuje productivo? (Esposito, 2011, p. 64).


III
Este breve camino recorrido implicó necesariamente que para llegar a la noción de biopoder y de biopolítica se debe abandonar el modelo jurídico de la soberanía como sucede también en lo referente a las relaciones de poder. El tipo de poder que el biopoder permite, o más bien, cómo la biopolítica produce ciertos efectos de poder al pensar lo viviente en una forma novedosa pasa por un complejo discrepancia: mientras que el poder del soberano era el poder de hacer morir y dejar vivir, el poder del Estado totalitario, que es el estado del biopoder, es el poder de hacer vivir y dejar morir.

Pero todo sucedió como si el poder, que tenía la soberanía como modalidad y esquema organizativo, se hubiera demostrado inoperante para regir el cuerpo económico y político de una sociedad en vía de explosión demográfica e industrialización a la vez. De manera que muchas cosas escapaban a la vieja mecánica del poder de soberanía, tanto por arriba como por abajo, en el nivel del detalle y en el nivel de la masa (Foucault, 2002, p. 226).

Este breve recorrido nos condujo a pensar lo impensable, pues ahora se sabe que las guerras y los genocidios registrados en los últimos dos siglos han sido las más sangrientas de la historia de la humanidad, y se han dado en pleno auge de la biopolítica. Hoy como nunca estas nociones requieren en una reelaboración, una revisión de los alcances planteados por Foucault en las tres obras a las que hicimos referencia, sobre todo si se piensa esta misma noche en los cientos de muertos que deja una guerra atroz entre Israel y Palestina, que cada vez tiene más tintes de genocidio.

Desde la perspectiva de Michel Foucault la biopolítica es el resultado del desarrollo y el mantenimiento del invernadero del cuerpo político, del cuerpo-política. La sociedad se ha convertido en el vivero de la “racionalidad política”, y la biopolítica actúa en la pululante biomasa contenida en los parámetros de esa estructura acumulada por las instituciones.

Y, sin embargo, para reclamar la muerte, para poder infligir la muerte en sus sujetos, en sus seres vivos, el biopoder debe hacer uso del racismo; más precisamente, el racismo interviene aquí para otorgar al estado de biopoder acceso a la muerte. El surgimiento del biopoder como forma de una nueva forma de racionalidad política soporta, en consecuencia, la inscripción dentro de la misma lógica del Estado moderno, la lógica del racismo.

Vale hacer notar en este sentido que el nacimiento de ese racismo de Estado es uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX donde <<la vida>> se vuelve una consideración por parte del poder. Para entender esta idea se tiene que recurrir, como sugiere el propio Foucault, a la teoría clásica de la soberanía porque es desde esta perspectiva que predominó en Occidente tanto el derecho de vida como el derecho de muerte como uno de sus “atributos” fundamentales.

Finalmente, es pertinente señalar que no hay propiamente estudios de Foucault donde se aborde el tema del derecho específicamente, pero lo que si tenemos en el análisis de las relaciones de poder una denuncia en contra del modelo jurídico –y también del económico- planteado desde la teoría clásica de la soberanía. La categoría de la vida es empleada por Foucault para hacer explotar desde dentro el discurso moderno de la soberanía y de sus derechos porque –como diría Esposito- o la biopolítica produce subjetividad o produce muerte.
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Bibliografía

-          ESPOSITO, Roberto, Bíos. Biopolítica y filosofía (“El enigma de la biopolítica”), Amorrurtu, Buenos Aires, 2011. 
-          FOUCAULT, Michel, Historia de la sexualidad, tomo I La voluntad de saber, siglo XXI, México, 2007.
-          …………….., Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2002.



*Daniel Díaz Ramírez, estudiante de tercer semestre de la Maestría en Humanidades, División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Contacto: danzollito@gmail.com






[1] La teoría de la soberanía se viene manifestando desde su surgimiento en tres principales variables; primero, como mecanismo de poder efectivo, segundo, como instrumento y justificación en la construcción de las grandes monarquías administrativas; y tercero, la teoría de la soberanía ha sido utilizada también en sentido negativo y positivo, es decir, ya fuera para limitar o, al contrario, para fortalecer el poder real, ver Michel Foucault, Defender la sociedad, 2002, p. 43. 

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