lunes, 17 de noviembre de 2014

En el control del discurso está el control de la sociedad

Miguel Izquierdo Zarco*

Resumen

No existe duda respecto a la pasividad que muestra la sociedad, la forma casi ridícula en que aceptamos como dogma el discurso oficial y sobre él construimos nuestras vidas. Al mismo tiempo, debemos lidiar con las consecuencias del gran “desarrollo económico” generado por las políticas gubernamentales. Pero, ¿cómo surge ésta separación entre la realidad en la que nos vemos inmersos día a día y la realidad que los medios de comunicación y el aparato estatal crean a nuestro alrededor? Hemos llegado al punto en que, como una novela de Wells, nos encontramos con un Estado omnipotente y cuya influencia se abarca todo; así, vivimos en un perpetuo estado de guerra y nadie se preocupa por la constante reducción a las libertades y garantías individuales. Las oportunidades para los jóvenes son cada vez menores, el poder adquisitivo disminuye y la corrupción es la única que tiene un crecimiento constante. Estamos tan inmersos en debates fabricados que no somos capaces de centrarnos en la cuestión fundamental de la vida en sociedad, protección y desarrollo de los miembros de la comunidad. 

A diario nos encontramos con situaciones que parecieran desafiar el llamado sentido común, tenemos una constante disminución de las capacidades económicas, políticas y culturales del individuo; como sociedad vivimos una realidad de miedo y zozobra por la incapacidad del Estado de asegurar las garantías mínimas de desarrollo a los ciudadanos.

Y sin embargo, se siguen tomando las políticas estatales aún como la medida justa para solucionar los problemas de la sociedad, dejando incólumes dichas políticas, permitiendo que pasen sin una oposición seria e informada, ya que las damos por “buenas” sólo atendiendo al órgano que las he emitido.

El problema es que, por un lado, se ha banalizado a la sociedad, especialmente a la juventud, basando sus metas en la consecución de satisfactores irrelevantes, distrayendo su atención de las cuestiones más importantes como Corrupción, represión a la libertad de expresión, disminución constante de la calidad de vida, reducción de oportunidades profesionales y de trabajo. En segundo lugar, se ha disminuido de manera constante la calidad de la educación, respondiendo más a ideales políticos y necesidades coyunturales que a un legítimo deseo de brindar educación y herramientas para la vida, aunque a éste respecto se abundará posteriormente.

Respecto al primer punto, nos encontramos con una sustitución de prioridades, pasando de la búsqueda de oportunidades y de una situación política progresista, a la satisfacción de necesidades inmediatas, muchas de ellas creadas ficticiamente (Bauman, 2007).

Así, los jóvenes se ven distraídos de las problemáticas sociales en la búsqueda de satisfacer sus necesidades inmediatas que son fortalecidas por el uso de los medios de comunicación para señalar la “cuasi-obligación” de obtener productos y servicios con el ansia de integrarse a la sociedad consumista y, para ello, deben estar integrados al sistema imperante establecido desde las transnacionales y sus agentes ideológicos. (Bauman, 2007).

De tal forma que podemos percatarnos del falso discurso que se ha construido sobre la crítica al sistema fomentada por los medios de comunicación, donde se cuestionan las formas estatales, pero desde una perspectiva de alienación inescapable que sólo generará desánimo y apatía de participación.

Al generar dicha apatía, se permite que sea un pequeño grupo quien, aprovechando las oportunidades y relaciones sociales –o su capital social y político como diría Bordieu (2005)-, se hace cargo de los movimientos políticos y del mantenimiento del sistema político, pero siempre serán agentes pertenecientes al mismo grupo y que no generan un nuevo paradigma social.

Además, se crea un sistema de crítica a la política y la sociedad que sirve como válvulas de escape a las frustraciones, pero a través de la crítica inactiva, esto es, se expresan las inconformidades, pero sin tomar acciones proactivas claras en contra de la dominación del sistema.

O, haciendo una analogía con lo señalado por Austin Sarat (García 2001), los jóvenes se encuentran tan inmersos en el régimen jurídico que les es imposible percatarse de la situación de dominación sufrida y, al contrario, la legitiman al mantenerse en el mismo y seguir utilizando las estructuras del Estado.

Con todo ello, lo único que se consigue es un rompimiento de las relaciones con las instituciones del sistema, pero sin una idea clara de lo que se desea conseguir, por lo que, por un lado, se elimina la posibilidad de un cambio por la vía institucional y, por el otro, al no poderse encausar, la inconformidad se irá perdiendo conforme avanza el tiempo.

Incluso, y hablando de la exigencia del respeto a ciertas garantías, podemos citar a Wendy Brown (2003), quien en su obra “La crítica de los derechos”, nos señala que al exigir el cumplimiento de ciertos derechos y verlos positivados, se pierde el enfoque de la exigencia, legitimando al sistema que ha decidido cumplir con ciertas provisiones, pero sin un cambio de conformación psicológico respecto al problema; de igual manera, respecto a la situación de los jóvenes, se exigen distintas medidas a favor de diversos tópicos: libertad de expresión, igualdad de oportunidades, mejoras de salarios y beneficios sociales, pero se pierde la exigencia en el momento en que se emite una ley o norma tendiente al mismo, pero que puede o no ser funcional y aplicable.

Por otro lado, y como se señaló en líneas previas, se ha disminuido de manera constante la calidad de la educación, lo que abona a la eliminación de cualquier posibilidad de pensamiento crítico que pudiera ir contra las concepciones hegemónicas impuestas por intereses foráneos.

Al ser incapaz de discernir sobre las políticas y estructuras sociales ajenas y contrarias al interés y progreso del país, el joven estará condenado a seguir viviendo en el esquema establecido por esos intereses privados, pugnando sólo por ser reconocidos como interlocutores válidos dentro del sistema consumista y, por ello, se deben mantener en la dinámica existente para evitar ser parias sociales.

Además, los medios de comunicación masivos y tradicionales se han conformado como los únicos medios a través de los cuáles se obtiene cierta información sobre el acontecer político, sin embargo, dichos medios tienen una clara tendencia a favor de las políticas estatales.

Lo cual establece un escenario poco favorable para la protesta social, ya, por un lado tenemos una generación que no ha recibido educación adecuada respecto a aspectos sociales y que, por lo tanto dependen de lo que es emitido por las grandes cadenas de comunicación, quienes tienen amplios vínculos con el gobierno y, por lo tanto, difícilmente tendrán puntos de vista y agendas contrarias al mismo; asimismo, al estar inmersos en una dinámica de consumo y no de previsión, es difícil observar toda la realidad social y analizarla adecuadamente.

Todo lo anterior nos ha conducido a un Estado que se conforma como un ente represor que, como diría Orwell (1949), se ha convertido en el poseedor de la verdad absoluta, utilizando a los medios legitimados como verdaderos para establecer las bases de la dogmática social y de las verdades válidas en la sociedad.

Lo más preocupante es que los jóvenes se han convertido en un grupo que carece de oportunidades por la constante pérdida en la calidad de vida, sin interés en la vida política y, por si fuera poco, sin conocimientos básicos sobre libertades básicas y sin ideas claras sobre las obligaciones del Estado respecto a las políticas sociales a favor de los grupos más vulnerables. Por ello, vemos una tergiversación constante de los conceptos básicos de libertad y justicia social, con lo que el Estado –o los grupos cercanos a él- logran establecer las políticas económicas y sociales que más les benefician, dando una idea de legitimidad. 

A este respecto, es importante señalar la ya conocida postura del modernismo al considerar que existe un fundamento trascendente para todas las construcciones sociales que implica la preexistencia de un orden previo inherente al grupo humano (por ejemplo, el contrato social).

Sin embargo, tal postura ha mostrado siempre un desprecio absoluto por sociedades o cosmovisiones distintas de las marcadas por la racionalización. Entiéndase la racionalización como el proceso intelectual mediante el cual es posible acceder al discernimiento de esa verdad anterior que deberá guiar el actual de las instituciones estatales. Y tal visión de la sociedad termina siendo una justificación para la imposición de un pacto unilateral, es decir, un acuerdo creado por el grupo dominante de cualquier sociedad con base en sus propios valores y concepciones culturales (Nietzsche, 1887).

Tal concepción debería haber quedado superada hace tiempo al ser fehaciente que la creación de instituciones Estatales no se da como por un designio de una razón superior como la existencia de un acuerdo general de voluntades, sino como una mera respuesta coyuntural, la mayor parte del tiempo para resolver cuestiones mundanas nada relacionadas con ese ideal defendido por el modernismo. Por ejemplo, el establecimiento de políticas públicas que tienen como finalidad la censura, vigilancia y control de la población tienen menos relación con la defensa de un ideal superior de seguridad para la población y más con la necesidad coyuntural de proteger a las estructuras estatales y los actores políticos de cualquier represalia por parte de grupos inconformes con la situación actual.

Un ejemplo de lo anterior lo tenemos con el uso de la fuerza punitiva del Estado no sólo con la finalidad señalada por Michel Foucault (1975) de limitar la capacidad del individuo de actuar de forma contraria a lo establecido, sino, desde una perspectiva más discursiva, como una garantía de poder continuar con la línea de pensamiento ya definida como racional y correcta, destruyendo [con una justificación social] cualquier intento de desviar el la idea impuesta de sus cometidos exactos, esto es, sostener la dominación de un grupo sobre otro y con la capacidad de dictar el comportamiento del resto de la población.

Volviendo al filósofo francés, nos permitiremos definir al discurso como una expresión de los deseos de una sociedad, mismos que incluyen las ideas sobre cultura, moral y justicia. Es algo así como el ADN cultural del la misma y que nos podrá mostrar como surgen y se mantienen los sistemas de lucha y dominación al interior de la sociedad (Foucault, 1970). Pero, casi por naturaleza, ese discurso no puede mantener su preeminencia si permite la existencia de variantes discursivas que se presenten como una opción o la posibilidad de una desviación del orden establecido en el discurso tradicional.

Retomando el planteamiento inicial de este trabajo, la relación entre el discurso y su efecto performador de la realidad aparece muy clara cuando permite la creación de los que parecería una realidad especial formada con base en los criterios, ideas y deseos del grupo dominante, mientras los individuos deben afrontar una realidad totalmente distinta en su vida diaria.

No obstante, la aparente contraposición no es advertida por el grueso de la población, al contrario, pareciera que no existe la capacidad de discernir entre la aparente realidad esgrimida por el Estado y sus grupos de poder y la realidad que ocurre día a día. Para clarificar lo anterior, baste un pequeño ejemplo. A diario, se presentan numerosos crímenes en todo el país [ligados o no al narcotráfico] que quedan en su gran mayoría impunes. La mayoría de la población es firme al señalar –de manera correcta o no- que es culpa de las autoridades por no realizar las acciones correspondientes para prevenir y castigar el crimen. Sin embargo, parece que se olvida esa convicción cuando, sin queja alguna, se aceptan todas las políticas estatales [por más autoritarias o represivas que sean] cuando son enmarcadas como aparte de un esfuerzo para brindar seguridad a la población.

Parece que, en aras de una idea superior como la defensa de la seguridad del Estado somos los ciudadanos capaces de aceptar cualquier política que nos sea presentada como necesaria para garantizar el sostenimiento del ideal cultural que da forma al Estado y la sociedad.

*El autor es estudiante de la Maestría en Derecho con Terminal de Humanidades por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

migizq1@gmail.com

Fuentes consultadas:

BAUMAN Zygmunt (2007) Vida de Consumo, México, Fondo de Cultura Económica

BORDIEU Pierre (2005) Capital cultural, escuela y espacio social, México, Siglo XXI

BROWN Wendy y otra (2003) La crítica de los derechos, Colombia, Siglo del Hombre Editores

DERRIDA Jacques y otro (2002), Y mañana qué?, Fondo de Cultura Económica de argentina S.A., consultado el 29 de junio de 2014 en línea en http://es.scribd.com/doc/75962233/Derrida-Jacques-Roudinesco-Elisabeth-Y-manana-que

FOUCAULT Michel (1970) El orden del discurso, México, Fábula Tusquets Editores

FOUCAULT Michel (1975) Vigilar y Castigar, consultado el 02 de Julio en línea en http://www.ivanillich.org.mx/Foucault-Castigar.pdf

NIETZSCHE Friedrich (2010) La genealogía de la moral, consultado el 02 de julio de 2014 en http://www.biblioteca.org.ar/libros/211756.pdf

ORWELL George (1949) 1984, México, EPOCA

SARAT Austin, El derecho está en todas partes: el poder, la resistencia y la conciencia jurídica de los pobres que viven de la asistencia social. En: GARCÍA Mauricio (2001) Sociología Jurídica. Teoría y sociología del derecho en Estados Unidos. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario