miércoles, 17 de diciembre de 2014

Estado de excepción y guerra contra el narcotráfico

Héctor García Ramírez[1]

Resumen

En Seguridad, territorio y población, Michel Foucault identifica al golpe de Estado con el Estado de excepción en términos similares a como fue planteado por Carl Schmitt; le asigna tres características: necesidad, violencia y teatralidad. Por otra parte, en La voluntad de saber y Defender la sociedad, el autor francés desarrolla el concepto de racismo de Estado, según el cual, los elementos nocivos de una sociedad son exterminados o dejados morir con miras a mantener la salud general. El ensayo tiene como propósito, partiendo de estas dos ideas, demostrar cómo el conjunto de acciones estatales conocidas como la guerra contra el narcotráfico instauran verdaderamente un Estado de excepción sostenido sobre un argumento de racismo de Estado.

I

Durante la primera mitad del siglo XX, Carl Schmitt formuló la teoría del estado de excepción, al cual se le puede definir como una declaración oficial que suspende o limita ciertas funciones de los tres poderes de un gobierno democrático liberal, obliga o conmina a la ciudadanía a adecuar su conducta a un patrón alterno o bien implementa planes de emergencia por parte de ciertas instituciones (Brokmann, 2013). Para Schmitt se trataba del poder del soberano en toda su majestad, el cual podía pasar por encima de las leyes con tal de hacerse cargo del peligro que amenaza su existencia. Conforme a este jurista alemán, el estado de excepción presupone el enemigo, es decir quien amenaza el orden, provoca la crisis y hace necesaria la declaración del estado de excepción y la intervención del soberano.
En la teoría jurídico-política, el estado de excepción se justifica cuando una nación enfrenta una amenaza que pone en riesgo de forma grave la seguridad permanente de sus miembros o el continuo disfrute de los derechos que el Estado reconoce; lo que hace necesaria la actuación rápida y eficaz del gobierno ante la amenaza hacia el Estado: romper temporalmente el derecho que la sociedad reconoce en la normalidad. En nuestro país, el Estado de excepción está previsto en el artículo 29 de la constitución general y debe cumplir con una serie de requisitos y límites.

El 11 de diciembre de 2006, menos de dos semanas después de protestar el cargo de Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa anunció con bombo y platillo el inicio del Operativo Conjunto Michoacán, su estado natal, con lo que daría inicio su guerra contra el narco.

II

La guerra significó que el ejército saliera a las calles a combatir al crimen organizado. Las violaciones a los derechos humanos no se hicieron esperar; fue instauró un auténtico estado de excepción no declarado, es decir fuera del procedimiento que al respecto señala el artículo 29 de la constitución general. Vivimos, por así decirlo, en un régimen de excepción de facto, un secreto a voces.

Para analizarle, recurro a tres obras de Michel Foucault: La voluntad de saber, Defender la sociedad y Seguridad, territorio, población. Las dos últimas son publicaciones de los cursos que el filósofo de Poitiers impartió en el Colegio de Francia en los ciclos 1975-1976 y 1977-1978, respectivamente. En relación con las dos primeras obras, me centraré en el concepto de racismo de Estado;  por lo que ve a la última obra, rescataré los conceptos de razón de Estado y golpe de Estado. Mientras me remito a dichos conceptos, los atravesaré con cuestiones relativas a la manera en que éstos embonan con el estado de excepción que significó la guerra contra el crimen organizado.

Durante mucho tiempo, el soberano era uno. Éste ejercía el derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Esta facultad “derivaba formalmente de la vieja patria potestas que daba al padre de familia romano el derecho de disponer de la vida de sus hijos, al igual que la de sus esclavos; él se la había dado, él podía quitársela” (Foucault, 2011).

Con la caída de los regímenes absolutistas y el ascenso de la burguesía, la situación se modificó. En el discurso liberal, el soberano ya no era uno, sino todos, las ficciones de pueblo y población desplazaron a los monarcas como depositarios de la soberanía. El derecho del soberano de disponer de sus súbditos –que a su vez poseían un pedacito de soberanía- mutó. Hizo su aparición el biopoder y con él la búsqueda de formas de obtener de los cuerpos la mayor cantidad de tiempo y fuerza de trabajo. Por otra parte, fue necesario justificar el ejercicio del derecho de vida y muerte en una situación excepcional donde el soberano, y el bien colectivo se vean suficientemente amenazados. Como nos dice Foucault (2011), el privilegio de la soberanía ya no se concibe de tal forma que pueda ejercerse absoluta e incondicionalmente, sino en los únicos casos en que el soberano se expone en su existencia misma.

El año de una polémica elección, de la otra campaña, de Atenco, cerró con el anuncio de la guerra contra el narco, los reflectores se movieron hacia allá y desviaron al ojo público de los movimientos sociales que se habían estado gestando. El cambio de las relaciones de poder entre el gobierno y el narcotráfico con la transición política del año 2000, la infiltración de éste en las estructuras gubernamentales a través de prácticas de corrupción y financiamiento a candidatos a puestos de elección popular  y la inexistencia de políticas que permitieran legitimar las acciones estatales generaron el estado de cosas que justificó la situación excepcional. El Estado, la nación mexicana se nos presentó en riesgo, desangrada por la violencia que generaba el crimen organizado. La guerra había comenzado.

Foucault resalta que a partir del siglo XIX, las guerras ya no se hacen en nombre de la soberanía, sino en nombre de la existencia de todos; así, el racismo se convirtió en un mecanismo fundamental del poder que establece el corte entre lo que debe vivir y lo que debe morir dentro de la población. Los enemigos que interesa suprimir no son los adversarios en el sentido político del término; sino los peligros, externos o internos, con respecto a la población. En otras palabras, la muerte sólo es admisible si no tiende a la victoria sobre los adversarios políticos sino a la eliminación de un peligro biológico. Si el poder de normalización quiere ejercer el viejo derecho soberano de matar, es preciso que pase por el racismo. Cuando Foucault habla de dar muerte no se refiere simplemente al asesinato directo, sino también a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de exponer a la muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o, sencillamente, la muerte política, la expulsión, el rechazo (Foucault, 2001).

El enemigo entonces debe ser trazado no en términos políticos, sino biológicos, como un peligro para la población, una suerte de elemento degradador que pone en riesgo a los buenos, los sanos, los trabajadores, los honestos, los de los buenos valores familiares y a sus futuras generaciones. El narcotráfico se nos presentó como un problema de salud pública: reducir la producción y tráfico de sustancias que estaban legalmente vedadas a la población. Salvar a la ciudadanía de la influencia perniciosa del narco, regresarlos al camino de la rectitud ciudadana. La eliminación, el sacrificio era lo que le esperaba a quienes se resistieran.

Así, el elemento político es disfrazado como uno biológico. El narco representaba un riesgo político grave en las zonas oscuras donde el poder público no podía entrar, donde se formaron gobernabilidades alternas, esos narcoestados que surgían al interior del Estado mexicano. Los mismos narcotraficantes, burgueses que viven en la ilegalidad y convertidos en héroes por la gente de las zonas rurales del país, eran una muestra de cómo se logra el éxito al margen de las instituciones, de la ley.

Como nos dice Foucault, la criminalidad tiene sus raíces en el racismo: partir del momento en que se planteó la necesidad de dar muerte o apartar a un criminal, se vio a éste como un peligro biológico, como una vía para “degradar la raza” (Foucault, 2001).

El poder soberano hace uso de su derecho a matar siempre y cuando dicha acción sea legitimada bajo el argumento de deshacerse de la mala raza, del inferior, del anormal con el fin de obtener una vida más sana y pura para la sociedad. El racismo permitirá  exterminar a aquéllos que atenten contra la vida de los miembros de una sociedad o de ésta misma.

Ese argumento, planteado al inicio de la guerra contra el narcotráfico, tuvo bastante aceptación entre la población en general, sobre todo en las capas medias y altas conservadoras. La purga bajo cualquier precio fue la estrategia a seguir. Cualquier acción valió con tal de lograr el objetivo. Las desapariciones forzadas, tortura, ejecuciones sumarias eran vistos como males necesarios por amplios sectores. La confianza en que la cirugía se iba a llevar a cabo con precisión milimétrica y que los afectados por el estado de excepción serían únicamente los “malos”, los “nocivos” era considerable. Tuvieron que acumularse unas cuantas decenas de miles de muertos para que la opinión pública virara en otra dirección.

En la clase que dio el 8 de marzo de 1978 el Colegio de Francia, Michel Foucault (2006) recupera de Giovanni Botero y Giovanni Palazzo, autores de finales del siglo XVI y principios del XVII, momento de consolidación de las monarquías europeas un par de conceptos que considero necesario traer al presente: razón de estado y golpe de estado.

De acuerdo con Botero, el Estado es la firme dominación sobre los pueblos (Foucault, 2006). La razón de Estado –de acuerdo con el mismo autor- es el conocimiento de los medios idóneos para fundar, conservar y ampliar dicha dominación (Foucault, 2006). Por otro lado, para Palazzo, la razón de Estado es una regla o un arte que nos hace conocer los medios para alcanzar la integridad, la tranquilidad o la paz de la República. Se trata, primordialmente, de lo necesario y suficiente para que el Estado exista y se mantenga en su integridad y, de ser preciso, lo necesario y suficiente para restablecerla, si sufre algún menoscabo. El fin de la razón de Estado es el Estado mismo (Foucault, 2006).

Derivado de la noción de razón de Estado, surge la de golpe de Estado, que Foucault define como una suspensión, una cesación de las leyes y la legalidad que excede el derecho común pues permite derogar todas las leyes públicas; no es una ruptura con respecto a la razón de Estado, al contrario, es un elemento, un acontecimiento, la forma general de la razón de Estado (Foucault, 2006). El Estado va a actuar sobre sí mismo de manera rápida e inmediata, sin reglas, en medio de la urgencia y la necesidad, dramáticamente. Es la afirmación de la razón de Estado, según la cual éste debe ser indefectiblemente salvado, cualesquiera sean los medios que se utilicen para lograrlo (Foucault, 2006). Se trata pues, del estado de excepción que siglos después formularía Carl Schmitt.

Esta excepción, momento en que la razón de Estado manifiesta al poder soberano en toda su magnitud con tal de salvar por cualquier medio el estado de cosas que permite el que ciertas personas y grupos obtengan beneficios, aún pasando por encima de los derechos supuestamente inalienables e inherentes a todo ser humano, me parece bastante presente en la forma en que el gobierno federal actuó durante la llamada guerra contra el narco. Es una situación que no debe extrañarnos y que se mantendrá en la medida en que ciertas personas tengan los medios para hacerlo.

Foucault destaca tres elementos del golpe de estado que me parece también están presentes en el estado de excepción que ahora vivimos: necesidad, violencia y teatralidad.

Hay una necesidad del Estado que es superior a la ley. La salvación del Estado siempre debe estar por encima de cualquier otra cosa. Esta necesidad, excede a todo el derecho natural y al derecho positivo (Foucault, 2006).

La necesidad del Estado de excepción derivada del problema del narco encontró su justificación, además de en lo que ya he referido, en la ola de violencia que golpeaba al estado, había que frenarla, aunque esto significara enfrentar directamente a los responsables de la misma: los carteles del narcotráfico. Éstos, según el razonamiento oficial, habían puesto en riesgo la estabilidad del Estado Mexicano. Los carteles acaparaban buena parte del mercado informal, extorsionaban, cobraban derecho de piso y obtenían jugosas ganancias del trasiego de drogas.

Por otra parte, la noción de violencia, nos dice Foucault (2006), está en la naturaleza del golpe de Estado. Está obligada a sacrificar, a amputar. Conforme avanzaron los meses de la cruzada de Calderón contra el crimen organizado, el número de muertos se fue incrementando. Las cifras hasta el día de hoy no han quedado claras pero según datos de diversas fuentes, superan varias decenas de miles de bajas. Además, el ejército violó sistemáticamente los derechos humanos de los civiles de las formas que ya he referido.

La tercera noción importante es el carácter teatral del golpe de Estado. Éste, en cuanto es la afirmación explosiva de la razón de Estado, debe reconocerse, hacerse pública; el golpe de Estado debe ocultar sus procedimientos y sus vías, pero mostrar abiertamente sus efectos y las razones que lo justifican (Foucault, 2006). Felipe Calderón, comandante en jefe de las fuerzas armadas, pretendió erigirse como un salvador, un valiente que ponía un alto a la generada situación de inseguridad y violencia que asolaba al país. Los narcos, los violentos, los mochacabezas, los de las narcofosas estaban del otro lado. Los desfiles improvisados de militares y policías federales por las avenidas principales de nuestras ciudades no se hicieron esperar.

En la carretera comenzaron a aparecer las caras de los más buscados, se puso precio a su cabeza. Las capturas de los capos también se permearon por esta teatralidad. Los recién aprehendidos eran exhibidos en los noticieros con su arsenal chapado en oro, sus pacas de millones pesos y sus paquetes de coca. Algunos de ellos, abatidos por las fuerzas federales, se convirtieron en ornamento de fotografías que causaron furor en las redes sociales.

III

A manera de conclusión, creo estar en condiciones de afirmar que presenciamos actualmente un auténtico Estado de excepción, planteado en el discurso a la manera del racismo de Estado.
El racismo de Estado, por una parte, significa dejar atrás la concepción del soberano como quien tiene el poder absoluto de vida y muerte sobre sus súbditos o miembros de un grupo humano, lo que hace necesario formular un discurso de exclusión, una justificación extrema, una excepción para poder justificar la muerte o la exposición a la muerte de alguno de los súbditos o miembros; y por otro lado, significa desplazar el discurso de lo político hacia lo biológico, de manera que los nuevos enemigos que sean creados y entendidos como amenazas a la vida de la colectividad.

Pese a que la noción de golpe de Estado fue ideada siglos antes de la aparición de la biopolítica y del racismo de Estado, es recuperado esencialmente o mejor dicho, se ha mantenido como práctica hasta nuestros días con sus tres características: necesidad, violencia y teatralidad, bajo la figura del estado de excepción que formuló Carl Schmitt. Lo que hizo este autor, en realidad sólo fue asignar un nombre a una práctica que era empleada por los Estados desde que “aparecieron” y que continúa hasta nuestros días. 

En la guerra contra el narcotráfico, la creación discursiva del nuevo enemigo tiene trazos biológicos, acorde con una nueva forma de ver la soberanía y la manera en que deben hacerse los sacrificios en su nombre. Estas organizaciones del crimen organizado se nos presentan como quienes atentan contra nuestra salud, nuestra vida, nuestra pureza; de ahí que el Estado de excepción se nos muestre como la solución: una cirugía, dañar el cuerpo para salvarle la vida.

El tema de las drogas no deja de ser un problema de poder. Estas sustancias estigmatizadas podrían permitir tener acceso a experiencias donde las barreras de lo que puede ser pensado y dicho se tornen más plásticas. Indirectamente, estos nuevos enemigos públicos facilitan esta experiencia, con lo que su amenaza se incrementa.

El argumento biológico, que ha desplazado al político, tuvo buena acogida entre la población cuando se implementaron las medidas que hicieron posible el estado de excepción. La descalificación del otro y la intolerancia todavía pueden justificar horrores no muy distintos de los vividos durante la primera mitad del siglo XX.

LISTA DE REFERENCIAS

Brokmann, C. (2011) Suspensión de garantías y reforma         constitucional al artículo 29. Perspectiva del estado de excepción en México. Revista del Centro Nacional de Derechos Humanos. México, comisión Nacional de los Derechos Humanos, 17, 71-102. Recuperado de http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/derhumex/cont/17/art/art5.pdf

Foucault, M. (2001). Defender la sociedad. Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica.

Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.


Foucault, M. (3a. ed.). (2011). Historia de la sexualidad. México: Siglo XXI.



[1] Estudiante de tercer semestre de la Maestría en Derecho con opción terminal en Humanidades en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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