Héctor García Ramírez[1]
Resumen
En Seguridad, territorio y población, Michel Foucault identifica al golpe de Estado con el Estado de excepción en términos similares a como fue planteado por Carl Schmitt; le asigna tres características: necesidad, violencia y teatralidad. Por otra parte, en La voluntad de saber y Defender la sociedad, el autor francés desarrolla el concepto de racismo de Estado, según el cual, los elementos nocivos de una sociedad son exterminados o dejados morir con miras a mantener la salud general. El ensayo tiene como propósito, partiendo de estas dos ideas, demostrar cómo el conjunto de acciones estatales conocidas como la guerra contra el narcotráfico instauran verdaderamente un Estado de excepción sostenido sobre un argumento de racismo de Estado.
I
Durante la primera mitad del siglo
XX, Carl Schmitt formuló la teoría del estado
de excepción, al cual se le puede definir como una declaración oficial que
suspende o limita ciertas funciones de los tres poderes de un gobierno
democrático liberal, obliga o conmina a la ciudadanía a adecuar su conducta a
un patrón alterno o bien implementa planes de emergencia por parte de ciertas
instituciones (Brokmann, 2013). Para Schmitt se trataba del poder del soberano
en toda su majestad, el cual podía pasar por encima de las leyes con tal de
hacerse cargo del peligro que amenaza su existencia. Conforme a este jurista
alemán, el estado de excepción presupone el enemigo, es decir quien amenaza el
orden, provoca la crisis y hace necesaria la declaración del estado de
excepción y la intervención del soberano.
En la teoría jurídico-política, el
estado de excepción se justifica cuando una nación enfrenta una amenaza que
pone en riesgo de forma grave la seguridad permanente de sus miembros o el
continuo disfrute de los derechos que el Estado reconoce; lo que hace necesaria
la actuación rápida y eficaz del gobierno ante la amenaza hacia el Estado:
romper temporalmente el derecho que la sociedad reconoce en la normalidad. En
nuestro país, el Estado de excepción está previsto en el artículo 29 de la
constitución general y debe cumplir con una serie de requisitos y límites.
El 11 de diciembre de 2006, menos
de dos semanas después de protestar el cargo de Presidente de la República,
Felipe Calderón Hinojosa anunció con bombo y platillo el inicio del Operativo
Conjunto Michoacán, su estado natal, con lo que daría inicio su guerra contra
el narco.
II
La guerra significó que el ejército
saliera a las calles a combatir al crimen organizado. Las violaciones a los
derechos humanos no se hicieron esperar; fue instauró un auténtico estado de
excepción no declarado, es decir fuera del procedimiento que al respecto señala
el artículo 29 de la constitución general. Vivimos, por así decirlo, en un
régimen de excepción de facto, un secreto a voces.
Para analizarle, recurro a tres
obras de Michel Foucault: La voluntad de
saber, Defender la sociedad y Seguridad, territorio, población. Las
dos últimas son publicaciones de los cursos que el filósofo de Poitiers impartió
en el Colegio de Francia en los ciclos 1975-1976 y 1977-1978, respectivamente.
En relación con las dos primeras obras, me centraré en el concepto de racismo
de Estado; por lo que ve a la última
obra, rescataré los conceptos de razón de Estado y golpe de Estado. Mientras me
remito a dichos conceptos, los atravesaré con cuestiones relativas a la manera
en que éstos embonan con el estado de excepción que significó la guerra contra
el crimen organizado.
Durante mucho tiempo, el soberano
era uno. Éste ejercía el derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Esta
facultad “derivaba formalmente de la vieja patria
potestas que daba al padre de familia romano el derecho de disponer de la
vida de sus hijos, al igual que la de sus esclavos; él se la había dado, él
podía quitársela” (Foucault, 2011).
Con la caída de los regímenes absolutistas
y el ascenso de la burguesía, la situación se modificó. En el discurso liberal,
el soberano ya no era uno, sino todos, las ficciones de pueblo y población
desplazaron a los monarcas como depositarios de la soberanía. El derecho del
soberano de disponer de sus súbditos –que a su vez poseían un pedacito de
soberanía- mutó. Hizo su aparición el biopoder y con él la búsqueda de formas
de obtener de los cuerpos la mayor cantidad de tiempo y fuerza de trabajo. Por otra
parte, fue necesario justificar el
ejercicio del derecho de vida y muerte en una situación excepcional donde el
soberano, y el bien colectivo se vean suficientemente amenazados. Como
nos dice Foucault (2011), el privilegio de la soberanía ya no se concibe de tal
forma que pueda ejercerse absoluta e incondicionalmente, sino en los únicos
casos en que el soberano se expone en su existencia misma.
El año de una polémica elección, de
la otra campaña, de Atenco, cerró con el anuncio de la guerra contra el narco,
los reflectores se movieron hacia allá y desviaron al ojo público de los
movimientos sociales que se habían estado gestando. El cambio de las relaciones
de poder entre el gobierno y el narcotráfico con la transición política del año
2000, la infiltración de éste en las estructuras gubernamentales a través de
prácticas de corrupción y financiamiento a candidatos a puestos de elección
popular y la inexistencia de políticas
que permitieran legitimar las acciones estatales generaron el estado de cosas
que justificó la situación excepcional. El Estado, la nación mexicana se nos
presentó en riesgo, desangrada por la violencia que generaba el crimen
organizado. La guerra había comenzado.
Foucault resalta que a partir del
siglo XIX, las guerras ya no se hacen en nombre de la soberanía, sino en nombre
de la existencia de todos; así, el racismo se convirtió en un mecanismo
fundamental del poder que establece el corte entre lo que debe vivir y lo que
debe morir dentro de la población. Los enemigos que interesa suprimir no son los
adversarios en el sentido político del término; sino los peligros, externos o
internos, con respecto a la población. En otras palabras, la muerte sólo es
admisible si no tiende a la victoria sobre los adversarios políticos sino a la
eliminación de un peligro biológico. Si el poder de normalización quiere
ejercer el viejo derecho soberano de matar, es preciso que pase por el racismo.
Cuando Foucault habla de dar muerte no se refiere simplemente al asesinato
directo, sino también a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de
exponer a la muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o,
sencillamente, la muerte política, la expulsión, el rechazo (Foucault, 2001).
El enemigo entonces debe ser
trazado no en términos políticos, sino biológicos, como un peligro para la
población, una suerte de elemento degradador que pone en riesgo a los buenos,
los sanos, los trabajadores, los honestos, los de los buenos valores familiares
y a sus futuras generaciones. El narcotráfico se nos presentó como un problema
de salud pública: reducir la producción y tráfico de sustancias que estaban
legalmente vedadas a la población. Salvar a la ciudadanía de la influencia
perniciosa del narco, regresarlos al camino de la rectitud ciudadana. La
eliminación, el sacrificio era lo que le esperaba a quienes se resistieran.
Así, el elemento político es
disfrazado como uno biológico. El narco representaba un riesgo político grave
en las zonas oscuras donde el poder público no podía entrar, donde se formaron
gobernabilidades alternas, esos narcoestados que surgían al interior del Estado
mexicano. Los mismos narcotraficantes, burgueses que viven en la ilegalidad y
convertidos en héroes por la gente de las zonas rurales del país, eran una
muestra de cómo se logra el éxito al margen de las instituciones, de la ley.
Como nos dice Foucault, la
criminalidad tiene sus raíces en el racismo: partir del momento en que se
planteó la necesidad de dar muerte o apartar a un criminal, se vio a éste como
un peligro biológico, como una vía para “degradar la raza” (Foucault, 2001).
El
poder soberano hace uso de su derecho a matar siempre y cuando dicha acción sea
legitimada bajo el argumento de deshacerse de la mala raza, del inferior, del
anormal con el fin de obtener una vida más sana y pura para la sociedad. El
racismo permitirá exterminar a aquéllos
que atenten contra la vida de los miembros de una sociedad o de ésta misma.
Ese argumento, planteado al inicio
de la guerra contra el narcotráfico, tuvo bastante aceptación entre la
población en general, sobre todo en las capas medias y altas conservadoras. La
purga bajo cualquier precio fue la estrategia a seguir. Cualquier acción valió
con tal de lograr el objetivo. Las desapariciones forzadas, tortura,
ejecuciones sumarias eran vistos como males necesarios por amplios sectores. La
confianza en que la cirugía se iba a llevar a cabo con precisión milimétrica y
que los afectados por el estado de excepción serían únicamente los “malos”, los
“nocivos” era considerable. Tuvieron que acumularse unas cuantas decenas de
miles de muertos para que la opinión pública virara en otra dirección.
En la clase que dio el 8 de marzo
de 1978 el Colegio de Francia, Michel Foucault (2006) recupera de Giovanni
Botero y Giovanni Palazzo, autores de finales del siglo XVI y principios del
XVII, momento de consolidación de las monarquías europeas un par de conceptos
que considero necesario traer al presente: razón
de estado y golpe de estado.
De
acuerdo con Botero, el Estado es la firme dominación sobre los pueblos
(Foucault, 2006). La razón de Estado
–de acuerdo con el mismo autor- es el conocimiento de los medios idóneos para
fundar, conservar y ampliar dicha dominación (Foucault, 2006). Por otro lado,
para Palazzo, la razón de Estado es
una regla o un arte que nos hace conocer los medios para alcanzar la
integridad, la tranquilidad o la paz de la República. Se trata,
primordialmente, de lo necesario y suficiente para que el Estado exista y se
mantenga en su integridad y, de ser preciso, lo necesario y suficiente para
restablecerla, si sufre algún menoscabo. El fin de la razón de Estado es el
Estado mismo (Foucault, 2006).
Derivado de la noción de razón de Estado, surge la de golpe de Estado, que Foucault define
como una suspensión, una cesación de las leyes y la legalidad que excede el
derecho común pues permite derogar todas las leyes públicas; no es una ruptura
con respecto a la razón de Estado, al contrario, es un elemento, un
acontecimiento, la forma general de la razón
de Estado (Foucault, 2006). El Estado va a actuar sobre sí mismo de manera
rápida e inmediata, sin reglas, en medio de la urgencia y la necesidad,
dramáticamente. Es la afirmación de la razón
de Estado, según la cual éste debe ser indefectiblemente salvado,
cualesquiera sean los medios que se utilicen para lograrlo (Foucault, 2006). Se
trata pues, del estado de excepción
que siglos después formularía Carl Schmitt.
Esta excepción, momento en que la razón de Estado manifiesta al poder
soberano en toda su magnitud con tal de salvar por cualquier medio el estado de
cosas que permite el que ciertas personas y grupos obtengan beneficios, aún
pasando por encima de los derechos supuestamente inalienables e inherentes a
todo ser humano, me parece bastante presente en la forma en que el gobierno
federal actuó durante la llamada guerra contra el narco. Es una situación que
no debe extrañarnos y que se mantendrá en la medida en que ciertas personas
tengan los medios para hacerlo.
Foucault destaca tres elementos del
golpe de estado que me parece también están presentes en el estado de excepción
que ahora vivimos: necesidad, violencia y teatralidad.
Hay una necesidad del Estado que es
superior a la ley. La salvación del Estado siempre debe estar por encima de
cualquier otra cosa. Esta necesidad, excede a todo el derecho natural y al
derecho positivo (Foucault, 2006).
La necesidad del Estado de
excepción derivada del problema del narco encontró su justificación, además de
en lo que ya he referido, en la ola de violencia que golpeaba al estado, había
que frenarla, aunque esto significara enfrentar directamente a los responsables
de la misma: los carteles del narcotráfico. Éstos, según el razonamiento
oficial, habían puesto en riesgo la estabilidad del Estado Mexicano. Los
carteles acaparaban buena parte del mercado informal, extorsionaban, cobraban
derecho de piso y obtenían jugosas ganancias del trasiego de drogas.
Por otra parte, la noción de
violencia, nos dice Foucault (2006), está en la naturaleza del golpe de Estado. Está obligada a
sacrificar, a amputar. Conforme avanzaron los meses de la cruzada de Calderón
contra el crimen organizado, el número de muertos se fue incrementando. Las
cifras hasta el día de hoy no han quedado claras pero según datos de diversas
fuentes, superan varias decenas de miles de bajas. Además, el ejército violó
sistemáticamente los derechos humanos de los civiles de las formas que ya he
referido.
La tercera noción importante es el
carácter teatral del golpe de Estado.
Éste, en cuanto es la afirmación explosiva de la razón de Estado, debe
reconocerse, hacerse pública; el golpe de
Estado debe ocultar sus procedimientos y sus vías, pero mostrar
abiertamente sus efectos y las razones que lo justifican (Foucault, 2006). Felipe
Calderón, comandante en jefe de las fuerzas armadas, pretendió erigirse como un
salvador, un valiente que ponía un alto a la generada situación de inseguridad
y violencia que asolaba al país. Los narcos, los violentos, los mochacabezas,
los de las narcofosas estaban del otro lado. Los desfiles improvisados de militares
y policías federales por las avenidas principales de nuestras ciudades no se
hicieron esperar.
En la carretera comenzaron a
aparecer las caras de los más buscados, se puso precio a su cabeza. Las
capturas de los capos también se permearon por esta teatralidad. Los recién aprehendidos
eran exhibidos en los noticieros con su arsenal chapado en oro, sus pacas de
millones pesos y sus paquetes de coca. Algunos de ellos, abatidos por las
fuerzas federales, se convirtieron en ornamento de fotografías que causaron
furor en las redes sociales.
III
A manera de conclusión, creo estar
en condiciones de afirmar que presenciamos actualmente un auténtico Estado de
excepción, planteado en el discurso a la manera del racismo de Estado.
El racismo de Estado, por una
parte, significa dejar atrás la concepción del soberano como quien tiene el
poder absoluto de vida y muerte sobre sus súbditos o miembros de un grupo
humano, lo que hace necesario formular un discurso de exclusión, una
justificación extrema, una excepción para poder justificar la muerte o la
exposición a la muerte de alguno de los súbditos o miembros; y por otro lado,
significa desplazar el discurso de lo político hacia lo biológico, de manera
que los nuevos enemigos que sean creados y entendidos como amenazas a la vida
de la colectividad.
Pese a que la noción de golpe de Estado fue ideada siglos antes
de la aparición de la biopolítica y del racismo de Estado, es recuperado
esencialmente o mejor dicho, se ha mantenido como práctica hasta nuestros días
con sus tres características: necesidad, violencia y teatralidad, bajo la
figura del estado de excepción que formuló Carl Schmitt. Lo que hizo este
autor, en realidad sólo fue asignar un nombre a una práctica que era empleada
por los Estados desde que “aparecieron” y que continúa hasta nuestros días.
En la guerra contra el
narcotráfico, la creación discursiva del nuevo enemigo tiene trazos biológicos,
acorde con una nueva forma de ver la soberanía y la manera en que deben hacerse
los sacrificios en su nombre. Estas organizaciones del crimen organizado se nos
presentan como quienes atentan contra nuestra salud, nuestra vida, nuestra
pureza; de ahí que el Estado de excepción se nos muestre como la solución: una
cirugía, dañar el cuerpo para salvarle la vida.
El tema de las drogas no deja de
ser un problema de poder. Estas sustancias estigmatizadas podrían permitir
tener acceso a experiencias donde las barreras de lo que puede ser pensado y
dicho se tornen más plásticas. Indirectamente, estos nuevos enemigos públicos
facilitan esta experiencia, con lo que su amenaza se incrementa.
El argumento biológico, que ha
desplazado al político, tuvo buena acogida entre la población cuando se
implementaron las medidas que hicieron posible el estado de excepción. La
descalificación del otro y la intolerancia todavía pueden justificar horrores
no muy distintos de los vividos durante la primera mitad del siglo XX.
LISTA
DE REFERENCIAS
Foucault, M. (2001). Defender la sociedad. Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica.
Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.
[1] Estudiante
de tercer semestre de la Maestría en Derecho con opción terminal en Humanidades
en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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